Autor: Asley L. Marmol

“Si dejamos de danzar, dejamos de vivir”. Este ha sido un pensamiento recurrente desde que fui parte del público en la más reciente presentación de Tampa City Ballet en el HCC Ybor Mainstage Theatre. Creada y coreografiada por Paula Nuñez junto con la coreógrafa Elsa Valbuena y el maestro de ballet Osmany Montano, Si lloro, fue una conversación intensa entre los bailarines, el público y el pasado. Sin embargo, no se detuvo allí, el concepto, la relevancia de la estructura temática de la composición habló a la persona interior de todos nosotros sentados frente a la escena.

La vida de la artista mexicana Frida Kahlo fue el sujeto lírico, pero para mí, y espero que para otros también, se convirtió en un recuento espiritual de nuestra propia existencia. Los leitmotivs de la enfermedad, el rechazo, el sufrimiento, el trauma físico, las relaciones personales disfuncionales, el dolor y de manera más prominente, la muerte, son efectivamente el reverso, el lado más oscuro de la imagen. La superación, el derramamiento de la belleza, el arte, el deseo de vivir, la intensidad creativa, el éxito y la militancia ideológica son los elementos contrastantes que se erigen desde las cenizas de la vida trágica y extraña de Frida Kahlo. Este pudo haber sido otro espectáculo elegantemente coreografiado y ensayado con un mensaje edificante y buena música, con el cual todos nos fuésemos a casa contentos; sin embargo, esta actuación fue mucho más que eso: poesía del movimiento pura y penetrante, un tapiz de múltiples estratos que nos mantuvo en el borde del asiento y en las profundidades de nosotros mismos. Fue un flujo hacia adentro y afuera de sensaciones, pensamientos, sentimientos que, cuando concluyó, nos había hecho partícipes del duro viaje de la vida del artista al experimentar personalmente los dolores y alegrías del breve tiempo de Frida en este mundo.

La reflexiva interpretación por parte de los coreógrafos de los aspectos más profundos y simbólicos de la historia que inspiró la producción es nada menos que extraordinaria. El suculento juego con los colores, máscaras, accesorios (mesas, sillas y… ¡páginas de periódico estrujadas!), entrando y saliendo de la escena, el uso de la perspectiva temporal al tener cuatro Frida diferentes para cada etapa de su vida, la textura y los matices de los trajes que van más allá del atuendo típico empleado en la mayoría de las danzas modernas de hoy; todo se fundió como un producto muy maduro para una compañía joven que puja por establecer una presencia en la escena de la danza de hoy. Una certeza nos llevamos todos con nosotros: Tampa City Ballet tiene un potencial tan alto como cualquier otra compañía nacional o mundialmente reconocida. De hecho, necesitan un recinto de más capacidad ya que el teatro estaba completamente lleno.

Una cerrada ovación, todos de pie, no fue una reacción inadecuada ante a tal fuerza artística. El evento fue un gran éxito y me alegré de haber formado parte de alguna manera. Veo mucha danza frecuentemente, pero rara vez presencio una producción que me mantenga comprometido cada segundo del espectáculo y me llena de orgullo que tal calidad de arte se esté produciendo en nuestra ciudad de Tampa. Personalmente, me cautivó la dinámica representación de las cuatro etapas en la vida del personaje principal: la joven Frida: Victoria Neukom; Frida rebelde: Lital Gelman; Frida herida sentimentalmente: Kayci Rodriguez; Frida en la madurez: Lily McCrossin. Los bailarines masculinos también alcanzaron una nota alta: Justice Rodriguez, quien interpretó a Diego Rivera, el famoso muralista mexicano y esposo de Frida. Marcus McCray nos deleitó con una actuación impecable de increíble fuerza interpretativa y lirismo en sus movimientos. Su paz con Deisha King ratificó la excelencia de ambos bailarines. Jesus Armand, John Paul Miecznikowski, Bhajhan Williams mostraron gran solidez. Debo decir que el pas realizado por Justice Rodriguez y Kayci Rodriguez -como Diego Rivera y Frida-, en una muy dramática demostración de pura pasión exquisitamente coreografiada, fue uno de los momentos más elevados de la noche para mí. En general, todos los artistas fueron increíbles: Claudia Suárez, Nicole Assaad, Jaqueline Sullivan también dejaron todo en el escenario. Estos jóvenes bailarines impulsados por una muy auténtica historia, imponente coreografía y producción en general, lograron realmente un nivel de excelencia digno de una compañía de nivel internacional. Sería negligente por mi parte no mencionar el increíble talento del artista invitado, Saleh Simpson (Robo), quien interpretó la ‘muerte andante’ moviéndose por el escenario en determinados momentos, acaparando nuestra atención con sus movimientos robóticos, añadiendo un toque teatral. Creo fue brillante.

La escena final donde esta ‘muerte andante’ y la ‘madrina’, otra representación de la muerte extraída del folklore mexicano tan latente en el arte de Frida, se unieron para acabar con la vida de la protagonista y el espectáculo al mismo tiempo. Esta solución artística en la escena final me demostró algo que había sospechado durante algún tiempo: la danza es la última frontera creativa. Lo que quiero decir es que el lenguaje creativo en cada manifestación del arte tiende a ser muy específico, pero la danza moderna permite (e invita) una transgresión de todas las reglas estructurales del arte en general. Tal como presenciamos aquí, música, teatro, poesía, pintura (los bailarines evocaban intencionalmente casi a la perfección los famosos autorretratos de Frida) y lo más importante, el movimiento creativo, construyeron una obra de arte que habla cualquier idioma, pertenece a cualquier cultura y reclama la libertad de lanzarnos a todos en un mar de lirismo puro, sin prejuicios ni límites. Para decirlo mejor, todos lloramos desde nuestra propia alma.

10/17/2018

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